lunes, 8 de febrero de 2010

Escena tres: De cuánto violento son las noches

Ya pasó un mes. Hice la cuenta y 17 días del mes he despertado con una erección terrible. Viéndolo de una forma me indica que tengo el vigor de cualquier joven. Viéndolo de otra, qué caliente soy. Y sí, nunca me pierdo a la chica que pasa siempre a las 10 afuera de mi casa, la que se sube en determinada estación de bus con esos labios grandes, y hasta veo las que no están presentes: aquellas señoritas que un día se me antojaron, que no las pude gozar y que contaron con la suerte de inmortalizarse en mi memoria. Pero hace una semana sucedió algo tremendo. De aquellas veces en que prefieres no ver, pero que desaceleras el paso para ver más. Me detuve y miré una portada de un diario amarillista. Se trataba de hombre baleado por la mafia rival. Muertos tatuados con el hacha de la violencia siempre se ven en estas publicaciones, pero este tenía algo singular: una erección más terrible que las mías en temporada de calores. Debo admitir que tengo algo de investigador. Resolví en buscar las respuestas a mi erección y su erección. Hice acopio de valor y pedí una explicación, primero –claro-, de la erección del baleado. "La erección es una reacción común en los fallecidos por muerte violenta", dijo un forense mientras tapaba otro muertito. "Ah", dije como cualquier estúpido mirón en escena de crimen. “Ah, qué caray”, como si no la creyera el mismo estúpido. Pronto entré en cuenta qué me ocurría. Y es que, cuántas noches he perecido y apenas al amanecer, con un Sol insultante que quema el rostro, no he recordado nada de mis últimas horas. Qué ocurrió. No sé. Cómo llegué aquí. No sé. Sólo amanezco con una erección. No hay duda: cada noche que perezco, he sido sujeto de violencia. Quiero saber a qué me expongo. Qué no recuerdo. Qué pasa conmigo antes de perder cada noche la vida. "Si me matan, me esculcan, me roban", dijo el mismo estúpido. Con esa idea, coloqué en mi cartera un billete de cien pesos y una nota que dice: "Por favor, descríbeme cómo me has asesinado. Éste de cien es una propina por tu buena narración. Prometo no denunciar". Ahora espero.

Puta suerte. Van tres mañanas sin erección. Coloqué otro de cien y sigo esperando.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Escena dos: De cuando se levanta con sabor a plata

La lengua se me pega en el paladar y los labios truenan cuando los despego para bostezar. Un terrible sabor a plata invade mi lengua. Hoy por la mañana siento la muerte del hombre que fui ayer. A veces uno vive suficiente en una noche y muere al amanecer. Sólo que de esa vida no recuerdo mucho. Haciendo autopsia del cuerpo: se encontró polvo en la nariz, teoría: cristalizó las ideas; se encontró una espesa saliva sabor cuchara: se bebió la cantina. A veces uno se cuestiona cuántas veces se podrá morir en una misma vida. A mi vecino le dio un paro cardiaco cuando descubrió que le excitan los hombres de falda, y hoy vuelve a caminar. El rojinegro se ausentó de la vida después de que perdió otra vez su equipo, y hoy regresó a la butaca de su escuela. Cuántas veces podrá revivir un hombre en un mundo donde la escena se adorna de enfado, estupidez y arrogancia. El hombre insiste estupidamente en vivir, el hombre comete la misma estupidez en cada una de sus vidas. Esta mañana no reparo en mi mismo. Las líneas blancas que borré no cristalizaron del todo la idea. Algo falló dentro de la cabeza y el cuerpo amaneció con breves manchas de sangre. El mejor obsequio que puedo dar, es esconder el cadáver de quien fui ayer. Revivo para recogerlo y esconderlo.

Escena uno: De donde se presenta el ridículo

Sería ridículo decir que este blog ofrece algo mejor que otros. También sería presuntuoso afirmar que aquí se leerá algo nuevo o distinto. Es lo mismo de siempre, es la ridícula historia de siempre contada por un ridículo anónimo sin pretensión alguna.